Un café sin amistad es simplemente un brebaje

El café es una droga maravillosa para blandos. Una vez que caes en ella se convierte en una necesidad de varias veces al día. Mi café preferido es el de las 11, un lujo que descubrí con más de 50 años. Hoy sin el café de las 11 es como si me faltara algo durante toda la mañana. No me gusta un café, me gustan casi todos, aunque los de puchero no me llegan al nivel de los expressos. Tal vez porque no yo sepa hacerlos bien.

Solos, cortados, manchados, ligeramente carajillados con cremas, whisky o menta, siempre bien calientes y poco dulces. Parte del éxito de un café está en su taza. Debe ser amigable, bonita, blanca o de cristal, pequeña, cómoda. Y otra parte del éxito radica en la cucharilla. Me gustan las pequeñas pero contundentes, que pesen, que tengan el mango redondo y fuerte.

El mundo del café es un mundo aparte. Me gusta el soluble, el arábiga, pero exploro países y marcas, tiendas artesanas y nuevos modelos. Eso sí, casi siempre en la tranquilidad de mi hogar, con mi pareja de acompañante de taza, junto a un rato de diálogo y un platito con algo sólido como compañías inseparables. 

Un café sin amistad es simplemente un brebaje.

Nota.: Las imágenes son cortesía de Luis Iribarren