Aportaciones de la gastronomía rusa: pa negre…

La corte zarista fue repetida por el Politburó del Kremlin. Los aparatchik se comportaron como continuadores —dicho por el propio Beria, tenían más confianza en la revolución alemana de la Luxemburgo que en el pueblo rusky de Tolstoi y pà negre— del enorme buen gusto musical, en indumentaria, artístico excepto literario y gastronómico de la corte Románov. Los ejecutados en Yekaterinburg…

Ya se advierte a simple vista la finura y delicadeza de trato del judío de Odessa Trotsky-Bronstein; la capacidad de apreciar un buen vino de Stalin le venía de serie étnica; la del uralo Yeltsin y su devoción totémica por el vodka bueno la podía advertir cualquiera… No aprecian a ningún dirigente que no tenga esa capacidad de exceso, y todos sabemos cuál es el de Putin…

En la corte de los Nikolai menos ra-ra-Rasputin hablaban en francés, copiaban modales borbónicos o anglos, tomaban un té excelente propio o de la Trebisonda turca, trasegaban ingentes cantidades de vino y coñac de Crimea, Georgia y Armenia… Lo sabían hasta en Sebastopol… (pronúnciese grave, con tooo de tópol)…

La verdadera vida glosada por Glinka, Dostoievski, Chajkowski, el enorme Chéjov, el gigante en estatura y karenino Tolstoi, cómo no mencionar al delicado Pushkin, al soñador y revolucionario Stravinsky, a la sutil y contundente Ajmátova, incluso en el caso del Doktor Zhivago, de Lolita de Nabókov o las memorias de Grossman de la batalla de Stalingrado no pasaba en los palacios. Tampoco la fundación del primer estado de Israel por políticos ucraniamos judíos, mayormente.

Era en las dachas del bosque o del Mar Negro, los privilegiados y ayer y del KGB-hoy se ponían hasta las trancas. Llamémoslo nómina en B o rendimientos irregulares del “trabajo”, del otro.

Diréis o pensaréis, de esturión y vodka de Torreciudad y Sobrarbe en Aragón… No, es broma, del Caspio y de patata modo Wiborowa (que es polaco)…

Non solum sed etiam, Las aportaciones principales están fuera de estos alimentos simples estrella: que por su singularidad, con permiso del caviar beluga iraní, forman parte del Olimpo mundial de la calidad.

Con lo que yo relaciono a Rusia es con los pepinillos dulces de calidad, copiados modo Zara por Mercadona de forma sutil. Como decía un conocido, si la boca te pide vinagrillos estás en el "menos uno" step del alcoholismo…

Algo saben de eso los pueblos de la taiga porque conviven con la noche larga o el navruz de la consagración de la primavera… Ambos, carencia o exceso de luz, pueden producir y producen personajes a la Karamazov…

Volviendo a los interminables días de vino y dacha, los pepinillos forman parte de la tradición eslava y báltica por los entremeses. También compartida por la cocina turca o magiar (no en vano pueblos que proceden asimismo del Altai o de los Urales como primer origen).

La quadrofenia pepinillo, gran patata, ensaladilla de manzana, remolacha… Con nata agria y pan multicereal negro… cualquier personal cabal la compra como condumio cotidiano.

La ubérrima tierra negra de Ucrania-Rusia, somontano de los Cárpatos, produce el mejor trigo del mundo. De allí la calidad del mencionado pan, de los aguardientes de cereal y la masa de los ravioli rusos, los pilmini…

Vodka aparte, que puede acompañar perfectamente por su no excesivo bouquet cualquier gran comida rusa, las mismas maridan excelentemente con el cava o champagne, los blancos secos de Georgia o Crimea que glosaremos en otra entrada, o la pálida y delicada cerveza Báltika, una de mis favoritas en el mundo.

Mi memoria gustativa rusa está relacionada con dos momentos memorables: una comida a base de col y pimientos rellenos de ternera picada, previa ingesta de su caldo y finalización con vodka Stolichnaya y entremeses que dio lugar a una sobremesa etílica memorable. En los 90, en casa de amiga música rusa y con otros ocho ex soviéticos y soviéticas de capacidad de vivir brutalista.

La segunda fue mi primer borsch, el cocido al este del final de la sopa de goulasch. Fue en un barco mientras entraba a la ría de Bergen, escenario perfecto para degustar esta sopa con alma, hecha de un día para otro durante diez horas, de caldo de huesos de bóvido, remolacha, un pelo de azafrán y pan costrado de centeno. Rematada, para el que quiera joder el morado intenso –caso Podemos-, por leche agria que la convierte en añil.

De lagrimear, como lo es la salsa tártara como acompañamiento de pescados de río o tartar de carne. Cuyo origen era la carne cruda que fermentaba a golope de caballo huno o mongol.

Muchos platos que se pusieron de moda con apellido ruso eran franceses. Estos desmesurados personajes y delícadisimas damas eslavas con prominentes pómulos asiáticos y toda la sangre en las venas fueron los primeros clientes de Fabergé, los balnearios bohemios o de Budapest o los primeros restaurantes estrellados de París…

El principal plato facturado en su rival político de guerra fría no deja de ser su filete hacheado pasado por el puerto de Hamburgo… Gran civilización…

24.10 Luis Iribarren.