Los garbanzos de ayuno son otra de esas recetas muy
antiguas, con trasfondo religioso, que se tomaban en Cuaresma, en días de ayuno
y casi de abstinencia. No por ello son sosos o aburridos y lograremos recordar
con facilidad una cocina de hace siglos.
Podemos (y debemos) cocer los garbanzos que hemos puesto en
remojo la noche anterior, junto a unos trozos de cebolla, puerros, zanahoria,
una hoja de laurel algo de perejil y un par de clavos de especie. Pero si
tenemos prisa podemos empezar la receta con unos garbanzos de frasco, ya
cocidos y preparados para en pocos minutos terminar el plato. No salen igual,
pero son más fáciles y rápidos.
Ya tenemos pues los garbanzos cocidos, y si son de frasco
lavados (yo prefiero pasarles un agua para quitarles conservantes) y listos.
En una sartén freímos media cebolla pequeña cortada muy fina
junto a dos cucharadas de aceite de oliva. En un mortero machacaremos dos
dientes de ajo, una docena de almendras peladas y tostadas, una cucharada
sopera de los garbanzos cocidos para que todo quede espeso y la yema de un
huevo duro. Con todo (incluiremos la cebolla refrita y el aceite) haremos unas pasta junto a un poco de agua o dos
cucharadas soperas del caldo de cocer los garbanzos. Toda esta masa se añade a
los garbanzos cocidos, se deja que den unos hervores de unos 5 minutos y se
rectifica de sal.
Si los garbanzos son de frasco podemos añadir una pastillita de caldo de verduras (casi es un sacrilegio, pero todo se permite
por la rapidez) en estos cinco minutos de cocción y en ambos casos unos golpes
de pimentón dulce o ahumado o incluso azafrán tostado si tuvieras.
Al servir bien caliente se añade por encima la clara del
huevo cocido, muy finamente cortada. Y si quieres más color unos trocitos de
pan tostado en sartén.
Como es un plato de ayuno religioso no os digo que unos
trocitos de jamón pasados por el calor le irían muy bien, pero sería pecado. Y si queréis ser más modernos le podéis añadir unas hojas de espinacas o unos canónigos en esos cinco minutos de cocción final.