El buen tomate como el más natural de los placeres baratos y sencillos

Acabo de tomarme un tomate rojo provocativo de la mata, en el huerto de un amigo. No ha necesitado sal ni aceite para asemejarme a la gloria en el instante en que se me reventaba en la boca tras el primer mordisco. Tendríamos que preguntarnos dónde y cuándo perdimos el sabor del tomate original, ese que ya sólo se encuentra en tomates de huertos caseros.

El tomate una vez ya recogido necesita una temperatura ambiente no muy cálida pero nunca parecida a la de una nevera. Con el frío se pierden sabores y sobre todo olores y fragancias. Nada como coger el tomate con el fresco de la mañana o tras una cena tardía. Es el momento de la temperatura natural perfecta. Ese tomate maduro, junto a una rebanada de pan de hogaza algo tostado al hogar y con ajo frotado y aceite de oliva virgen extra regado, es un capricho solo para dioses.

Si a los tomates tipo pera u otros con muchas semillas, les cortamos una rebanadita por la parte de arriba y otra por la de abajo, y les hacemos un corte de arriba abajo para abrirlos como si fuera un libro, podremos sacar todo el bloque de las semillas, unidas, que se pueden servir simulando un caviar vegetal, con el clásico golpe de sal y unas gotas de buen aceite de oliva.